sábado, 12 de abril de 2014

Manifiesto de Otoño


Le pido a una vecina que, por favor, no barra las hojas de otoño que se han acumulado estos días en nuestra vereda común. Me mira extrañada. Sonríe. Comprendo que sea difícil entender a un vecino que defienda el derecho de las hojas de los liquidámbares y los ginkgo biloba a permanecer ahí, para ser contempladas, para ser pisadas (algunas crujen), para jugar con ellas. Las hojas del otoño en nuestra ciudad desafían nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas amarillas, rojas, castaño, caen y caen sin tregua, como diciéndonos: "Todo cae, pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu propio otoño, batida por el viento, déjate caer".

Somos pasajeros. Destellos en la noche. Pensamos que aceptar eso con resignación significa asumir una humillante derrota, la derrota ante la finitud y la muerte. Pero el mismo otoño -gran maestro de las estaciones- se encarga de enseñarnos que envejecer y declinar es bello. El otoño no se hace implantes ni liposucciones a sí mismo. No busca prolongar artificialmente la primavera, esplende con el máximo de intensidad en el momento mismo de eclipsarse, igual que las estrellas que, cuando colapsan, estallan en un espectáculo pirotécnico de adiós. El cielo se ha encargado de hacer del ocaso una fiesta y no un funeral. ¡No barramos las hojas de este otoño, dejémoslas el máximo tiempo posible acompañarnos en nuestro fugaz paso por esta tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano, ¿qué tipo de adultos serán mañana? La mayor parte de nuestras neurosis, frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir nacen de que nadie nos ha enseñado a envejecer y a morir. Salvo el otoño.

Pero para mirar y aprender de las alfombras de hojas, hay que tener tiempo. ¿Y quién tiene hoy tiempo? No tenemos ni tiempo para detenernos para entender que nosotros mismos somos el mismo tiempo que se nos va. En estos días vertiginosos, en que malgastamos la poca vida que nos fue dada en tacos interminables, en correr de asunto en asunto, de evento en evento como sombras, y en que hemos dejado de vivenciar la vida como el mayor acontecimiento de todos, es bueno arrimarse a un árbol de otoño. Permanecer junto a él lo más que podamos y decir como Fausto, embelesado y redimido ante Helena: "El espíritu no mira ni hacia delante ni hacia atrás. Tan sólo el presente es nuestra felicidad". Es interesante que el arquetipo del nihilista, el Fausto que no sabe gozar del presente -salvo en este diálogo con Helena y en la escena final de la obra- y es devorado por sus deseos insaciables y el futuro, encarne por un momento lo que el mismo Goethe llamó "la salud del momento".

Mientras miro embelesado caer las hojas de los árboles de este otoño, compadezco a los que veo correr desaforadamente tras un éxito ilusorio y vano. ¿Qué Presidente de la República, político, empresario o estrella de rock tiene tiempo para perder deambulando entre las hojas, con amigos y no con asesores o guardias personales? ¿Cuántos de nosotros mismos no estamos secuestrados por nuestros propios éxitos?

Pregúntate dónde está "tu" otoño, cuántas hojas contaste en la vereda de tu calle, y serás mejor gobernante, mejor empresario, mejor artista, mejor hombre. No es en las encuestas, en los focus groups, en los indicadores económicos, en los gráficos de fastidiosos y monótonos power-points donde están las respuestas. La respuesta, como dijo Bob Dylan -que está cantando mejor que nunca a sus 70 años-, "está temblando en el viento". No es cierto que para ser un mejor país necesitamos sólo más emprendedores -como se repite tanto hoy-. Lo que el mundo necesita hoy con urgencia son más contemplativos, más sabios, más habitantes del instante, más guardianes del otoño. Por eso, querida vecina, no barra esas hojas, que no son hojas sino espejos, letras de un alfabeto inmemorial que de nuevo debemos aprender a leer, para volver a ser.

Texto de Cristián Warken.
Fotografía de Carolina Yánes Valarino. https://www.flickr.com/photos/cayoyin/

domingo, 6 de abril de 2014

Otro punto de vista.


Soy de Mendoza, Argentina y vivo en Santiago de Chile desde hace poco mas de 4 años;  he cruzado la Cordillera de Los Andes innumerables veces, la mayoría de estos viajes han sido en automóvil,  muy pocas en avión y dos veces en Bus, este último medio viajando siempre de noche.

La distancia entre estas dos ciudades  es de 350km, casi nada pero al tener que cruzar la Cordillera de Los Andes se tarda unas 8 horas aproximadamente.

Este ultimo no me quedo otra alternativa mas  que volverme en bus, ya que todos los pasajes aéreos estaba agotados y por tierra solo quedaba lugar en este ómnibus que salía a las 10 hs. AM.

Primero fue el mal humor por tener que pasarme todo el día sentado esperando llegar, pero poco después de salir de la ciudad me di cuenta que estaba viviendo un viaje que jamás había realizado.

Los que me conocen saben que mi pasión es  la fotografía, la altura del bus me daba una visión diferente pone en otro ángulo, podía observar la Cordillera desde un plano que jamás había visto, paisajes increíbles, montañas con cientos de tonalidades, profundas quebradas, nieves eternas, volcanes imponentes, cascadas,  ríos… realmente estaba sorprendido.


Generalmente hago este recorrido manejando, el camino lo recorro casi de memoria y pensaba que el paisaje también lo conocía a la perfección pero… me di cuanta que no era así, me di cuenta que todo cambia dependiendo de la perspectiva, estaba recorriendo otro camino? nunca había visto este paisaje? Sin darme cuenta pase del  aburrimiento extremo al placer infinito de viajar, descubrir y explorar nuevos lugares.

Lo que quiero decir con esto es que realmente es una cuestión de actitud en este caso desperté en medio de un viaje que odiaba realizar y me di cuenta que era algo que amo hacer,  fui contemplando la magia del paisaje, reconociendo lugares que nunca había visto desde ese ángulo, tome 200 fotografías, muchas de ellas increíblemente bellas, lo que mas me sorprendió  fue el despertar y descubrir que muchas veces no es necesario hacer las cosas de diferente manera, a veces vasta con cambiar el punto de vista y observar desde otro ángulo la misma situación, paisaje, relación o trabajo antes de definitivamente catalogarlo en esas cosas que no queres para tu vida.

Fue tan solo otro punto de vista sobre lo que creía conocer y me di cuenta que era sorprendentemente… algo mucho mejor.  
Wakeup.


sábado, 22 de marzo de 2014

El Faro




Día de oficina nada diferente al de ayer la gente camina apurada yo salgo de mi reunión de negocios hay que apurarse no hay tiempo que perder, tengo buscar mi auto y volver a la empresa seguramente hay varios correos pendientes y muchos temas que solucionar  teléfono en mano carpeta en la otra paso acelerado, el reflejo de un edificio me da en los ojos me pongo mis lentes oscuros vuelvo a mirar pero... parece un faro de esos que guían los barcos a puerto seguro.

Se siente el rugido de la ciudad miles de voces, bocinas, hago los pasos mas lentos, tomo aire profundamente dejo de mirar para empezar a observar, hacia mucho que no miraba el cielo hay una vista maravillosa desde acá abajo, busco mi música preferida en el teléfono y le doy play el contador dice 1.45 minutos.
Decido tomarme ese recreo.... me detengo, de pronto todo se calla, mi cabeza por un segundo se pierde, cambio el ritmo abruptamente, luego se vuelve a conectar y esta vez la sensación de placer es enorme, nunca había visto este lugar a pesar de pasar por acá 100 veces. 
Acaso ya perdimos el derecho a detenernos un minuto?
No perdimos el derecho a detenernos, lo estamos regalando.  WAKEUP.

Gus

miércoles, 19 de marzo de 2014

Algo nació



Palermo, Buenos Aires. Es mediodía y salgo a caminar en busca de algún local donde comer. Temperatura 20ºC, una brisa agradable. El ritmo del día lo marca una agenda sin demasiadas demandas laborales, sin embargo, la jornada se perfila movida. Suelo caminar con aparente letargo en largas zancadas que me hacen ir rápido sin parecer apurada. A unos 5 pasos de distancia, cae frente a mi la cáscara de un huevito de un pájaro que recién acaba de nacer, indicio de una nueva vida en el planeta. Continué al mismo ritmo y dos pasos más allá entendí que ese era un gran momento para una familia; la del nido que no pude ver. Frené de golpe y me detuve 30 segundos para tomar esta foto y ver hacia arriba. ¿Cuántas personas han tenido la misma experiencia y la dejan pasar de largo?

Pude haber continuado pensando en mi agenda del día. Pude haber pisado la cáscara y sentir el breve placer del crujido de ésta entre el suelo y mi zapato. Pude haber seguido en mi pequeño mundo de pensamientos que iban a otro lugar y tiempo, pero ese detalle aparentemente minúsculo me trajo al presente, cosa que considero mi pequeño gran WakeUp del día, y que merece ser compartido.


Caro